En ese momento es cuando te das
cuenta que eso a que le llamas “orgullo” no es más que el miedo de sentirte
inferior. Cómo esa palabra hace que todo cambie y dañe a las personas que más
quieres. Cómo el egoísmo de una frase puede destrozar a alguien. Te das cuenta
de que la has cagado y encima no tienes huevos de pedir perdón. Y te dolerá… te dolerá ser tú la
causante de esa tristeza en otra persona. Sentirte así. Pensar cómo piensas y
actuar de la forma en que lo haces. Que estás viendo sufrir a una persona que
se supone que te importa y sólo puedes pensar en tu comodidad. Y cuando
reflexiones sobre lo egoísta que has sido será demasiado tarde. En ocasiones
llegarás a pensar si te mereces estar rodeada de las personas de las que lo
estas, y llegarás a la conclusión de que sinceramente no. Y te joderá
aceptarlo. Te joderá aceptar que has actuado como alguien inmaduro la mayor
parte del tiempo. Y verás alejarse el tren en el que has viajado toda tu vida,
junto con las personas a las que has tenido siempre a tus pies, pero que ya se
han cansado. Todo por simples tonterías tuyas. Pero no. No puedes. Te es
imposible pedir perdón. Luego te arrepentirás, y lo sabes.Pero la cobardía te desgasta las
cuerdas vocales y te forma en un nudo inmenso en el pecho. El aire se
entrecorta al pensar en los vacíos que vendrán a partir de ahora. En las
miradas de reproche los días de recordar. Labios fruncidos mirándose en mitad
de la nada… esperando que uno de ellos tenga el valor de abrirse y disculparse.
Las sonrisas esbozadas no serán más que recuerdos presentes. Y el día que
sientas que has perdido a esa persona. Que ya no volverá, sólo ese día, te
darás cuenta lo estúpida que has sido. Porque hace falta que alguien se marche
completamente para resignarnos al fracaso.
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