Sabías mi nombre, mi dirección, y mis mil rutinas.
Sabías descifrar mis repentinos bajones, controlar mis emociones, rescatar
mis malos humores. Tú, sabías encontrar a la perfección el lunar que se esconde
tras mi espalda, escoger la escena adecuada en un día de lluvia, llenarme de
orgullo el corazón. Por las mañanas mirarme darme un beso de buenos días, sonreírme y volverlo a hacer. Y es que tú, sabías enloquecerme con pequeñas palabras, con mínimos
detalles y enormes gestos. Sabías reconocerme entre un millón de personas,
recorrer toda una estación para encontrarme, mantenerme firme en situaciones
tormentosas. Sabías tener la necesidad de abrazarme en aquellos altibajos, o
hacerme recapacitar en decisiones difíciles. Sabías echarme de menos, incluso
cuando no había distancia de por medio. ¿Lo que yo no sabía? Es que me habría
enamorado de ti justamente llegados al fin. Finalizando las últimas
diapositivas, llegando a los últimos créditos.
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